miércoles, 1 de agosto de 2012

Criollos del Noroeste chaqueño

Texto y fotos de G. Elizabeth Bergallo

En este capítulo se reseñan aspectos históricos, culturales y ambientales de la  población criolla radicada en el noroeste chaqueño desde fines del siglo XIX, a partir de la comprensión del modo de alimentación que –así lo entendemos- es una de las puertas de entrada más interesantes para comprender el modo en que viven, sienten y piensan los diversos pueblos. Esta investigación surge de una intención común entre la Subsecretaría de Interculturalidad y Plurilingüismo del Ministerio de Educación y la Revista Chacú, del Instituto de Cultura de la Provincia del Chaco.

De dónde provenían?
Es en el paraje denominado “El desemboque” (en Salta) donde el Bermejo, caudaloso río que baja del Altiplano de Bolivia arrastrando los deshielos de las altas cumbres, se bifurca en dos ramas: el Teuco al Norte, y el Bermejito más al Sur, los cuales corren separados unos quinientos kilómetros para unirse luego con el nombre original de Bermejo, en el punto conocido por “La Confluencia” próximo a Fortín Lavalle.  Desde fines del siglo XIX -siguiendo las líneas de esos ríos- antiguos pobladores que provenían de Salta se fueron asentando en diferentes lugares del noroeste chaqueño, desplazados por las entregas de tierra pública a colonos, en la vecina provincia de Salta (Astrada, 1906). Desde Santiago del Estero, la corriente pobladora procedente de zonas adyacentes al río Salado, se asentó en la zona oeste, actual Taco Pozo y sudoeste del Impenetrable.
Es importante destacar que se trataba de campesinos o pequeños productores familiares, cuyos modos de vida, posibilidades de alimentación y sobrevivencia, estaban y lo siguen estando muy ligados al territorio, en tanto mapa cognitivo de recursos y significados, donde desarrollan sus redes comunitarias. Estos campesinos también trajeron con ellos o recibieron influencias del quechua y de otras lenguas indígenas de la región.


Ignacia Salto. Su familia era de origen salteño 
asentados en el noroeste chaqueño  
desde fines del XIX.
De esa población criolla se consignan datos socioculturales y fotografías que he registrado en la zona noroeste del Chaco, otros suministrados por entidades que han trabajado o trabajan en la zona, libros o investigaciones a los que he accedido, cuyos detalles constan al pié de esta nota.

Criollos del campo

Algunos de estos criollos eran descendientes de otros pueblos indígenas del noroeste argentino, ya mestizos, invisibilizados para poder sobrevivir cuando ser indígena era sinónimo de vida en riesgo. Pequeños ganaderos con agricultura de subsistencia, cuyas condiciones de vida se asemejan en muchos aspectos a la población indígena, con la que convivieron social y culturalmente muy próximos, en la mayoría de los casos en situaciones de pobreza extrema. A pesar de ello, posicionamientos de identificación social y étnica que incentivaron imágenes a veces estereotipadas, a veces irreductibles, como resultado de  las construcciones ideológicas dominantes respecto a la “identidad nacional” produjeron fricciones entre criollos e indígenas.

Si bien en la categoría “criolla” se incluyen desde los mestizos hasta los descendientes de inmigrantes o una ideología con determinados componentes “nacionales”, hay grupos que han estado más o menos próximos en los posicionamientos sociales, y en casos han  formado familias y adoptado la cosmovisión del otro. Sin embargo han sido los indígenas los social  y culturalmente más afectados por la ideología del racismo. Los mestizos criollos –a su vez- también han sido víctimas, no sólo por –a veces- invisibilizar su origen para sobrevivir, siendo también en algunos casos por ser servidores de estancieros de cualquier origen o condición étnica, de los ejércitos, del poder de turno.


Estos criollos desplazados de Salta, disponían de pequeños rebaños de animales vacunos de la clase denominada “salteña” o “norteña” y animales domésticos, con los cuales se alimentaban las familias. A mediados del siglo pasado había todavía en el noroeste chaqueño muchos animales sueltos que libremente sobrevivían en el monte, muy ariscos, hasta que eran cazados por los gauchos que “montando caballos pequeños y protegidos de guardamonte y coleto perfeccionaron  ese arte de perseguir y darle alcance con el lazo patero para redomarlo después, acollarándolo a un buey manso que lo aquerencia al rodeo” (Bergallo, José R., 1948). La mayoría son hoy pequeños ganaderos o agricultores, con producciones para la alimentación familiar especialmente, y con saberes tradicionales que se vinculan al monte y que todavía mantienen como modalidades de existencia, en una zona muy difícil.

El monte como fuente de vida, la sequía y la sed

El monte provee a la población criolla lo esencial para la vida. Los frutos de arbustos y árboles como el algarrobo, el mistol y el chañar, siguen siendo fuente de alimento, tanto para humanos como para los animales. También la miel y a veces animales silvestres. La alimentación está muy vinculada a las características ambientales del chaco seco. Otras especies de la región que sobreviven a los históricos desmontes son: el quebracho colorado y blanco, palo santo, palo cruz, vinal, numerosas especies de arbustos, entre las que se encuentran las llamadas “sachas”, que son utilizadas no sólo como alimento, sino también para cubrir otras necesidades.


Doca. Fruto con el cual se elabora un exquisito dulce. 
Desde tiempos antiguos, el cuero que no se utilizaba para las artesanías, se entregaba al “bolichero” a cuenta de la yerba, del azúcar, del tabaco, del vino, entre otros elementos. De las lanas de ovejas se hacen todavía hermosísimas mantas tejidas y jergones para las monturas. El ordeñe de las cabras provee la leche para el alimento, o se procesa en quesos. En muchos casos cuando la mujer no podía amamantar a sus hijos los criaba haciéndolos mamar directamente de la ubre de una chiva mansa, única posibilidad de que sobrevivieran. En mi experiencia con Médicos del Mundo (2005) tuve la oportunidad de comprender el enorme conocimiento que existe -tanto en la población indígena como en esta población criolla del noroeste chaqueño- de las propiedades y uso comestible y medicinal de muchos elementos del monte.

Al no existir barreras orográficas, los vientos son muy fuertes, preponderantemente del norte, y las lluvias no superan los 600 mm anuales. El monte sigue siendo la única reserva de agua y el único amortiguador de temperaturas extremas, que a la vez protege el suelo de la desertificación.

Los modos en que la población calmaba la sed, y aún los animales, en el riguroso clima del Chaco Seco, han sido registrados y  he constatado que todavía estas prácticas se mantienen. Muchos –a falta de agua- saciaban la sed comiendo el cogollo de la palma Pindó, tomando el agua de lluvia o de las heladas que se estancan en las vainas o cunetas que forman las hojas del caraguatá al nacer directamente del tallo; o bebiendo el líquido que contiene en su interior el tubérculo que forman en sus raíces el yacón y el mecho-aka. Estas dos hierbas caricáceas, subtrepadoras, fueron estudiadas y clasificadas, posiblemente por primera vez por el Dr. Esteban L. Maradona, “quien con una perseverancia y modestia de sabio auténtico, ha dedicado gran parte de su vida al estudio de la flora de los territorios de Chaco y Formosa” (Bergallo, José R., 1948).

Todavía hoy,  tanto humanos como animales,  calman la sed y en ocasiones estos últimos casi exclusivamene con el agua de los cactus (tunas y pencas), la ulúa, el quishcaloro, el quimil, la tunilla, el cardón, el ucle, la sacha-rosa, el cardoncillo, entre otros. Como se ha dicho gran parte de la alimentación la provee el monte, por tal motivo se desarrollan prácticas que la aseguran todo el año especialmente en las estaciones que estos no abundan y en tiempos de seca.

Prácticas alimentarias y bebidas

La base de gran parte de la alimentación, tanto salada como dulce, la provee el monte. Para la conservación de los granos los campesinos utilizan la “troja”, también lo hacen los indígenas. Numerosas especies de la flora son de gran valor alimenticio en el chaco seco.

Charqui
La carne de animales es secada al sol con sal (charqui) para su conservación, y utilizada luego en guisos, empanadas, sopas. La carne de vizcacha (que abunda en la zona) es utilizada especialmente en escabeches, pero también en otros preparados. Entre los platos típicos están el patay, el charquesillo, la chanfaina, el bolanchao, el locro, y dulces elaborados con frutos del monte, como la doca, la tuna. Muchos de estos alimentos revelan la influencia de la alimentación característica del noroeste argentino.
La “aloja” –fermento de la algarroba- es una bebida ceremonial muy difundida en una parte del Chaco y en Salta, Tucumán y Santiago del Estero, siendo consumida no sólo por indígenas, sino también por criollos. Tradicionalmente los pueblos indígenas de la región celebraban comunitariamente con esa bebida fermentada el tiempo de abundancia y fertilidad, la estación en que la naturaleza da sus frutos, muchos todavía lo hacen. Tal fiesta tiene un carácter ceremonial, sagrado, en tanto responde a una cosmovisión que sostiene que los árboles, lagunas, u otros elementos o espacios del monte tienen sus propias entidades espirituales protectoras. Todavía se sigue celebrando con aloja. El libro “Las veladas del Bermejo” relata el modo en que se preparaba esa bebida hacia mediados del siglo pasado, ya sea en grandes tinajones de barro cocido que los santiagueños llaman “puñu”, y los salteños “noques”, o en troncos de palo borracho, donde la algarroba, previamente triturada a mortero, se deja macerar en bastante cantidad de agua, hasta que la presencia de burbujas denota que entra en estado de fermentación. Era común -entre los pobladores de una zona- programar para la “fiesta de la algarroba” reuniones escalonadas o sucesivas que se encadenaban de tal modo que al terminar la alojeada en un rancho empezaba en otro, hasta que se terminaba la fruta con el verano.  

El consumo ritual de la aloja sigue siendo hasta el día de hoy una costumbre. Dichas reuniones cuentan siempre con la concurrencia de un grupo más o menos numeroso de vecinos que sentados en rueda entonan al son de la “caja” (rústico tambor armado con cuero de chivo)  interminables coplas, mientras el delicado brebaje circula con frecuencia en jarros de guampa.

La posibilidad de sustentabilidad

En los últimos años se está dando un proceso colectivo muy interesante en comunidades criollas de la región noroeste en un radio de setenta km de Nueva Pompeya, y próximos a Wichi-El Pintado, como resultado de acciones organizativas y de capacitación. Asociaciones civiles como Acupci, Amigos de Güemes,  Promonte, y las incipientes organizaciones de consorcios de los servicios rurales son un ejemplo. Hay pequeños productores que a través de la Subsecretaría de Agricultura Familiar de la Nación han experimentado siembras de pasturas bajo monte por medio de la Red Agroforestal Chaco, con capacitación de técnicos de la Universidad Nacional de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Córdoba con resultado muy satisfactorio en cuanto sustentabilidad ambiental y económica (Pizzi y Córdoba, 2012).

Estos son –en su mayoría- pequeños ganaderos, agricultores familiares con un promedio de sesenta u ochenta vacunos y caprinos y pocos animales de corral, que usan aguadas naturales y cercos de ramas, y tienen muchas dificultades para el acceso a los servicios del estado, tanto como para la comercialización de sus productos. Hasta hace pocos años, cuando no disponían las familias de algunos planes sociales, se trasladaban a las colonias para cosechar algodón, ya que constituía –además de la producción para la alimentación familiar- la única fuente de ingresos, o la venta de algunos animales. Actualmente en la zona hay seis edificios escolares, pequeñas iglesias y cementerios familiares.
Si bien todavía no se realizó un relevamiento, se estima que al menos ciento cincuenta familias campesinas viven en el lugar. Muchas de ellas, señalan Pizzi y Córdoba (2012) tienen hijos mayores que comenzaron a emigrar a Resistencia o Buenos Aires a falta de más tierras donde producir independientemente y formar sus propias familias. Por diversas razones históricamente han tenido muchas dificultades para la realización de trámites para gestionar la legitimidad de su tierra, como dispone la Ley de Tierras 2319.


Pasturas bajo monte






Las celebraciones. El Día de la Tradición.

El 10 de noviembre, Día de la Tradición, tiempo de primavera, es un día muy, muy importante, que se aguarda con mucha ansiedad anualmente y que supone una reunión comunitaria en un predio bajo los árboles destinado a tal fin, a la que acuden los criollos y sus familias en cabalgata-procesión desde los diferentes parajes de una misma zona. Así, van en caballos y carretas portando virgencitas (la Virgen del Valle que se venera en el noroeste especialmente, entre otras), banderas y otros símbolos que son colocados en una parte del predio donde se realizará la celebración, a modo de protección y como esperanza para el tiempo que vendrá. La fiesta dura todo el día e incluye el asado y diferentes preparados de alimentos: tortas-parrillas, empanadas de charqui, pulenteados, entre otros.


La cabalgata-procesión en el 
Día de la Tradición. Banderas argentinas, 
instrumentos de música (especialmente “cajas”), 
virgencitas con diferentes denominaciones 
según los parajes,  que luego son ubicadas 
juntas en el lugar de la celebración.
La taba y otras artes o juegos de destreza criolla que se realizan en el Día de la Tradición, están muy vinculados a la actividad de estos pequeños ganaderos. La taba se practica en el oeste chaqueño desde antiguo tiempo, se construye con el “astrágalo”, uno de los huesos que integran el tarso de los animales vacunos, el cual posee una cara cóncava en forma de “S”, que es la de la suerte. Se les suele aplicar una plancha de metal recortado con el monograma del propietario o algún motivo alegórico. La destreza consiste en una misteriosa sensibilidad para arrojar la taba tanteando el peso y sus movimientos irregulares para clavarla en el lugar exacto y en la posición correcta, sin “rodadas” ni “arrastres” innecesarios. 
Tortas-parrillas. Se elaboran con
harina, grasa y salmuera.


Con la lana de oveja se tejen 

mantas o “jergones” para el 

“ensillado” de los caballos.








Están también las domas, las carreras cuadreras, el juego de la sortija. El caballo es uno de los elementos más importantes de la identidad criolla, y es cuidado e investido como tal. De tal modo se pueden observar diversas señales, adornos, mantas bordadas, elaborados con delicadísima artesanía en cuero y lana hilada, que hacen del animal el orgullo del jinete.






















Es un día de comunión, reencuentro, afirmación de creencias, señales de identidad, y de deseos comunitarios. Todos se presentan con sus prendas artesanales impecables, especialmente los gauchos y sus caballos. A la tardecita comienza la música. Con las guitarras las chacareras y chamamés, luego las coplas, por momentos improvisadas, que se enlazan unas a otras al sonido de las “cajas” y ruedan sus ecos por el monte plenas de la sabiduría y sentimientos tan especiales que sólo se recogen o aprenden en la experiencia del hombre con su tierra. 


El joven Juan R. (en el centro)
tiene el “alma” de la copla
Esas redes materiales y simbólicas, visibles e invisibles, que tejen los campesinos criollos –muchos de ellos mestizos- en la tierra en la que viven; ese mapa de lugares y  conocimientos, antiguos y nuevos, memorias y creencias absolutamente ligados, no sólo resuelven urgencias de abrigo y alimentos, sino también de afecto y de sueños, que se van conformando como identidad y como cultura. La cultura es o debe ser el centro de la sustentabilidad, porque es el nexo vital.

Cualquier proyecto de agricultura extensiva en la región no sólo no sería sustentable ni ambiental ni culturalmente, sino que impediría la sobrevivencia de estos campesinos en ese territorio, ese lugar en el mundo donde los abuelos o bisabuelos que se asentaron soñaron con desarrollar su existencia y una vida mejor para  sus descendientes. 


***
Señales de lluvia 
El campesino tiene por signos muy probables de lluvia los siguientes:
*        Cuando los monos lanzan un característico grito agudo y estridente.
*        Cuando en las noches cálidas se ven las víboras cruzando los caminos
*        Cuando las hormigas forman una especie de casulla alrededor de la puerta de la cueva, para evitar que entre el agua.
*        Cuando la araña deja de tejer y achica el telar.
*        Cuando los alacranes y arañas pollito salen a caminar de noche.
*        Cuando para el viento. 
*        Cuando las luciérnagas “ihsoindih” vuelan bajo.
*        Cuando los alguaciles vuelan en bandadas.
*        Cuando el aguará grita de noche.
        Cuando retoza el tigre hollando el suelo, o rasgando la corteza de los árboles.
*        Cuando el algarrobo descarga una especie de resina.
*     Cuando florece el “tupishá-hú”, un yuyo que se utiliza para la fabricación de escobas rústicas. 
*        Pero el árbol que al respecto goza de un cimentado prestigio, es uno de la familia de las bignoniáceas, conocido por “palo cruz”, “uriñaj” en quichua, “toro-rataig” por el guaraní correntino, “payaguá-labón” por el guaraní paraguayo y “polledokoik” por el pilagá. Tal árbol cuando va a llover se llena de flores blancas, en cambio cuando son amarillas sólo anuncian cambio de tiempo.
*        Cuando la luna tiene una especie de aureola, cuanto más grande, tanto más grande será la tormenta. 
                                                                                       “Las veladas del Bermejo” (1948)



Agradecimientos:



A los criollos del noroeste con quienes he compartido diversos momentos y celebraciones.

A INCUPO, con quien he compartido actividades en diferentes épocas,  que lleva décadas de trabajo con los pequeños productores, campesinos, y que ha publicado -entre otros textos-  hace veinte años una maravilla como “El monte nos da comida” I y II”, producto de una investigación muy interesante.
A la Ing. María Luisa Pizzi y el Lic. Héctor Horacio Córdoba, Técnicos de la Subsecretaría de Agricultura Familiar de la Nación, en nueva Pompeya, por los datos de diagnóstico.
Al Museo del Hombre Chaqueño, especialmente a Gabriela Barrios y Eduardo Barreto,  por la gentileza del  acceso a documentación importante.
A Susana Schlak y Emilio Chuaire, de la Subsecretaría de Interculturalidad y Plurilinguismo por sus sugerencias y aportes.


Bibliografía
*Astrada, Domingo (1906). Expedición al Pilcomayo. Colonización del Alto Chaco - Buenaventura - 
la expedición    - tierras - caminos - antecedentes. Establecimiento Gráfico Robles y Cía., Buenos Aires.
* Dr. Bergallo, José R. (1948) Las Veladas del Bermejo. Buenos Aires. Editorial Ayacucho. En este libro
 constan algunos detalles históricos, culturales y ambientales de esa zona.
* Bergallo, G. Elizabeth (comp.) (2005) La salud en el oeste indígena chaqueño. 
Realidades socioculturales y rituales. Médicos del Mundo - AECI
* INCUPO (1991) El monte nos da comida I. Reconquista, Santa Fe.
* INCUPO (1998) El monte nos da comida II. Reconquista, Santa Fe.
* Ing. Pizzi, María Luisa y Lic. Héctor Horacio Córdoba. Técnicos de la Subsecretaría de Agricultura Familiar 
de la Nación. (2012) Informe situacional de los productores campesinos ubicados en la Zona H.  
Nueva Pompeya, Chaco. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario